domingo, 11 de septiembre de 2011

V = S/T

Cuatro horas, cuatro horas me separaban de la realidad.

Tenía un mal sueño del que quería despertar cuanto antes, una pesadilla que se alargaba en el tiempo.
Sentía que una vez tras otra chocaba mi cabeza contra un muro, un muro que hacía que rebotara, pero que no me dejaba avanzar. Gran ingesta de relajantes calmaban las magulladuras provocadas por el muro.

Cuatro horas me separaban de la realidad.

Mi mente repetía una y otra vez un aguanta que se ahogaba en mi cabeza bajo las últimas lágrimas que se dejaban ver por mis ojos.

Fuerte como un roble me hizo caso, aguantó hasta vernos, nos esperó, no quería irse sin vernos, sin despedirnos de nosotros.

Horas antes el muro se había hecho más fuerte, más duro, más difícil de atravesar. Me sentía inútil, enana, diminuta ante el hecho de que nadie me escuchara, de que nadie me hiciera caso. Mi mente inventó una excusa, algo reconfortante para ella. Pero como acabo de decir, solo eran ilusiones de una nieta deseosa de que todo fuera bien.

Cuatro horas en silencio, recorriendo kilómetros y kilómetros, jugándonos la vida ante una vaga concentración. Mis ojos se cerraban, quizás así el viaje se haría más corto. Cuando mis ojos se abrieran, todo habría acabado. Mi mente recreaba las canciones de los móviles que anteriormente habían sonado. Miedo. Deseaba que no sonaran. Miedo de escucharlos sonar por el camino. Miedo de no llegar a tiempo. Pánico.

Pasadas esas horas la pesadilla se abrió ante nosotros. En el silencio de la noche se oían llantos, lamentaciones, gritos de angustias...

Aún así aguantaste un poquito más para vernos.

Ahora que no te tengo siento orgullo. Orgullo de ver como todo el mundo te quería. Orgullo de tener tu risa. Orgullo de formar parte de ti.


Allá en el cielo disfrutas de todos los que ya no están. Ríes con ellos, les cuentas tus chistes y tus anécdotas.

Nosotros estamos un poquito más lejos de ti aunque yo te siento, te huelo... pero en algún momento volveremos a encontrarnos, mientras, hasta que ese momento llegue, te tendré siempre a mi lado, pensando que en cualquier momento aparecerás en el salón, como siempre tras la cena.

Gracias por haber estado siempre ahí. Por querernos, por darnos tu presencia.

Te quiero.

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